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martes, 14 de agosto de 2018

El regocijo del enojo. Por Jeff Foster



Uno de TODOS los malentendidos más grandes de la espiritualidad es que no deberíamos sentir enojo. 
Los gurúes y guías iluminados nos dicen que debemos ser pacíficos, calmos y centrados como ellos.
Nos dicen que debemos relajarnos, ser sólidos, equilibrados y felices.
Y por supuesto, que siempre debemos ser compasivos y profundamente amorosos los unos con los otros.
Hermosos ideales, pero aquí está el asunto: a nuestro niño interno le importa un carajo ser “bueno”, o “agradable” o “amoroso”, “compasivo” o “feliz”,
Y nunca ha oído sobre la “espiritualidad”.
Existe ese hermosamente narcicista ‘alguien’ interno,
que se siente lastimado, enojado, atemorizado, disgustado; que no se siente digno de ser amado ni mirado, y se siente abandonado. Y cuando lo silenciamos, lo reprimimos y sofocamos, éste hierve con rabia salvaje desde lo profundo de nuestro inconsciente. Él es inocente y solo se enfada porque quiere tu atención amorosa (pero no nos enseñan esto). Nos enseñan a temer nuestro enojo, esconderlo dentro nuestro y del mundo.
Es esta mismísima represión y rechazo de nuestros más profundos sentimientos lo que crea todo el sufrimiento y la violencia en el mundo,y no los sentimientos en sí mismos, que son naturales e inofensivos.
En este pedido por ser oídos, en este intento de atraer tu atención, la rabia de este pequeño olvidado dentro nuestro, empieza a drenar nuestra energía vital, tornándonos depresivos, letárgicos, exhaustos, haciendo que queramos escondernos de la vida. La rabia reprimida alimenta nuestras adicciones y compulsiones, genera estrés, dolor crónico y tensión en el cuerpo. Alimenta la enfermedad e incluso genera esos impulsos suicidas y homicidas, que en su momento tratamos de reprimir, negar o silenciar, todo esto en nuestro intento de mantener una imagen aceptable del “ser”.
No podemos destruír o erradicar de raíz este ‘alguien interno’ que llevamos. Éste solo está reclamando el amor que nunca recibió en su infancia. Cuanto más tratamos de destruírlo, él más intentará destruirnos a nosotros. Aquello que tememos y contra lo que luchamos dentro nuestro solo crecerá con más poder.
La gran sanación puede tener lugar cuando abandonamos nuestros ideales creados por la mente, y giramos para ver nuestra vívida verdad.
Admitimos que no estamos llenos de ‘amor, luz y alegría’ como pretendíamos, sino que estamos llenos de rabia. Admitir esto es como una muerte para el ego, una terrible derrota para las fuerzas de la deshonestidad…pero un absoluto alivio para nuestro ser auténtico.
Invitamos a toda la rabia sepultada a surgir en la consciencia, para que finalmente podamos conocerla. Conectamos con “lo furioso”, lo abrazamos en nuestros brazos al fin, le permitimos existir, vivir, y expresarse. Le preguntamos que necesita, bien en lo profundo. ¿Se siente sin amor, desilusionado, triste, olvidado? ¿Se siente abandonado, abusado, indefenso?
¿Hacia que vulnerabilidad la rabia estaba tratando de dirigir nuestra atención?
Permitamos bañar este precioso pequeño interno con fascinada atención, y proporcionémosle un hogar y una voz, para que ya no nos controle, para que finalmente seamos sus padres, no sus esclavos.
El enojo no es algo malo o una señal de debilidad o de fracaso. Es un precioso ‘alguien interno’ anhelando ser traído hacia nuestra Luz.
Cuando nos amigamos con nuestro enojo, cuando podemos respirar a través de él, cuando lo suavizamos con la cálida consciencia, puede haber gran regocijo, el regocijo de la intimidad verdadera con nosotros mismos.
Y tal vez descubramos una paz que no es lo opuesto al enojo, pero está allí justo en su centro.
La paz de sostenernos cerca a nosotros mismos,
y celebrar lo que somos,
celebrar el gran poder del enojo que surge inteligentemente para protegernos de un posible daño, percibido o real.
Y aquellos que nos aman entenderán nuestro sentimiento de enojo, y amarán ese pequeño dentro nuestro también.
- Jeff Foster

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