Somos humanos, y una de las características que más nos identifican como humanos son las emociones.
Por Isha
Sin embargo tenemos tantos juicios respecto al sentir. Como no sabemos qué hacer con eso, las ignoramos, las reprimimos, y luego nos sorprenden saliendo de otra forma: una ruptura en las relaciones o incluso, hasta llegamos a la enfermedad. Todo se nos presenta para ser tocados, para sentir. ¿Qué eliges hacer tu? Si eliges sentir las emociones a medida que surgen, sanas la separación contigo mismo y con los otros, y así tu actuar no seguirá separado ni de tu necesidad ni de tu universo.
En primer lugar, es muy importante abrazar completamente nuestra experiencia humana y ser consientes de nosotros mismos. Suprimimos nuestras emociones con tanta fuerza que nos desconectamos totalmente, de modo que toda la tristeza, toda la rabia, son reprimidas dentro de nuestros cuerpos - dentro de nuestro sistema nervioso - y todo eso se pudre y se transforma en enfermedad. Como resultado, vivimos en nuestras cabezas, corriendo de un lado para el otro, buscando distracciones y no estando nunca presentes con nosotros mismos. Les voy a dar un ejemplo:
Cuando yo estoy en Santiago de Chile, me voy a correr todos los días a la orilla del Canal. Siempre me fascino con dos de los trabajadores que arreglan los jardines que lo bordean. ¡La diferencia entre estas dos personas es tan fuerte!
Es una imagen perfecta de la dualidad. Una es una señora mayor. Es una expresión pura de gracia. Tiene un rostro y una postura aristocráticas. En realidad la primera pregunta que te viene a la mente es: “¿Por qué está trabajando aquí?” Parece tan fuera de lugar. Pero pronto te das cuenta que ella pertenece a todas partes. Tiene una serenidad, una paz interna que irradia a través de los jardines como la luz del sol. Es tan amorosa con su trabajo, es como si acariciara las hojas a medida que las barre. Cuando paso a su lado, es como una brisa. Me sonríe, pero nunca se deja perturbar de su momento o distraer de su tarea.
Con los años llegamos a conocernos, se llama Rosa, e incluso ha venido a mis seminarios.
Como contraste extremo, el otro jardinero es un hombre, mayor también, a quien el dolor le ha marcado a tal punto que le es imposible estar presente consigo mismo en ningún momento. Camina apresuradamente con su bolsa de hojas en la mano, recogiéndolas nerviosamente, y cuando me ve, frenéticamente me hace la misma pregunta, cada día. Me mira con desesperación, como si un ángel hubiera caído del cielo con todas las respuestas: "Señora, señora, ¿qué hora es?", dice. Siempre le respondo, pero nunca escucha. El no quiere la respuesta; solo quiere estar en cualquier otra parte, menos consigo mismo, persiguiendo el tiempo, persiguiendo las respuestas, evitando ser, a tal punto que se ha vuelto loco.
Si no podemos estar con nosotros mismos en todo momento y encontrar el amor y la plenitud, también estamos locos.
Por mi educación y por el entorno de mi profesión, yo tampoco era abiertamente emocional. Incluso si sentía algo me retiraba de donde estaba para guardar la privacidad y controlarme. Juzgamos el mostrarnos emocionales como un signo de debilidad, pero no es así.
Prueba experimentarlo dándote el permiso de ser espontáneo, sintiendo y decidiendo desde ese lugar. Lo que notarás es que cuando suprimes tu sentir, tu mente queda muy confusa. Cuando expresas y dejas fluir tus sentimientos, tienes una noción clara, decides claramente, y te pones en acción.
Abraza tu humanidad. Escucha a tu corazón.
Isha
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