Dios aparece en este mundo cuando sientes amor por el otro. Es sólo en ese momento cuando Dios se reconoce a Sí Mismo, pues Él es amor. ¿Puedes imaginar la felicidad que sientes cuando amas a todos totalmente? ¿Sabes que el amor siente siempre amor por aquel que tienes delante? ¿Sabes que tú eres amor y que si sientes otra cosa es sólo porque no estás alineado con tu identidad? ¿Sabes que no eres feliz cuando no sientes amor y que no sentir amor procede de una decisión tuya? Sólo si te apartas a un lado y dejas que lo que eres en realidad se exprese, entonces puedes contestar «sí» a estas preguntas.
Todo pensamiento que aparece en tu mente que te diga que no puedes hacer eso o que es muy difícil, incluso imposible, o que es una utopía viene del ego y no tiene ningún poder sobre ti si así lo decides.
Después de experimentar esto en mí, empecé a recibir comentarios de gente que se sentía mal por ello porque no entendían cómo yo deseaba amar a todos por igual. No entendían cómo no podía amar más a mis seres más cercanos que a los desconocidos.
La cuestión para mí es muy clara: para poder amar a alguien más, tengo que salir de este estado de Totalidad, y, por lo tanto, dejar de amar de verdad. El amor no tiene opuesto, ni matices, simplemente es. Así que cuando amas más a uno que a otro en realidad no amas en ninguno de los casos. En esta situación, lo único que experimentarás será tu propio concepto de «amor» y éste suele tener opuesto y, por lo tanto, implica miedo y tiempo. Es un amor que irá variando a medida que el tiempo pase y en función de cómo vayan los acontecimientos externos. Serás tú quién decidirá a quién y cuánto amar.
Para un Ser que es sólo amor hacer esto implica dejar de ser él mismo y ser otra cosa, y esa otra cosa no existe a pesar de que insistas en identificarte con ella. Y yo me pregunto: ¿cómo podría escribir esto si no sintiera el amor que Dios siente por ti?, ¿qué finalidad tendría?, ¿qué sentido tiene hacer algo que no proviene del amor? Por ello puedo amarte totalmente sin ni siquiera conocerte. No lo necesito porque sé que en realidad vives en el amor y sólo te encuentro verdaderamente cuando siento esto en mí. Nada en este mundo podrá convencerte de lo contrario cuando lo experimentes en ti mismo, y créeme que lo harás. Eres amor y regresarás a ese conocimiento tarde o temprano.
El tiempo ya no importa. Ahora sabes que es una ilusión y que no es él el que te separa de esa experiencia sino el miedo al amor. Para acelerar esto, deja de intentar cambiar las situaciones en las que te encuentras o las personas con las que te relacionas o a ti mismo. Nunca vas a tener éxito en este empeño. De hecho, si lo piensas honestamente, cada vez que has tratado de cambiar algo o a alguien, ¿cuántas veces el resultado ha sido felicidad o el amor sin opuestos? ¿Y cuántas veces ha sido eterno?
Cuando tratas de cambiar a alguien no tienes éxito porque lo que en realidad tratas de cambiar es lo que tú ves en esa persona y lo que ves en esa persona es un pensamiento tuyo. Tratar de cambiar un pensamiento tuyo bajo la admisión de que está fuera de tu mente es imposible. Lo que tratas de cambiar en lugar de la causa del conflicto (tu mente) es al blanco al que tú lanzas tu propio juicio, tal cual lo ves una vez tu juicio ha impactado en él. Es lo mismo que lanzar una flecha desde veinte metros a una diana y fallar, y luego tratar de corregir el error moviendo la diana desde donde tú te encuentras a veinte metros de distancia, en lugar de tomar la responsabilidad del error, apuntar mejor y acertar en el blanco.
De hecho, tal como hemos dicho anteriormente, éste es el significado que para Jesús tenía la palabra «pecado». «Pecado» nunca tuvo una connotación moral para él: nunca lo vivió como algo opuesto al bien. En su lengua, el arameo, pecado es «khtahyn», que significa ´errar el blanco´ o ´fallar´. Por lo tanto, es algo que puede ser corregido con un nuevo disparo bien enfocado. No demanda ningún cambio respecto al error anterior, tan sólo requiere un nuevo lanzamiento bien enfocado que dé en el blanco.
Así que lo único que hacen tus relaciones es informarte continuamente. Te informan de si estás alineado con tu realidad o no. Te informan de qué tipo de juicio estás emitiendo, de si es real o está errado. ¿Cómo saber si está alineado o es real? Muy fácil. Si estás alineado o enfocado te sentirás completamente feliz; si no lo está, sentirás cualquier otra cosa y lo único que requerirá es que vuelvas a mirar a esa relación tal como es en realidad en lugar de usar el tiempo para tratar de cambiarla o ajustarte a ella. ¿Puedes ver la inmediatez de esto? Es sólo un gesto en tu mente lo que cambia todo lo que te rodea. Sé que puede parecerte imposible o difícil que eso sea así debido a lo sencillo que es. Pero la realidad es simple y sencilla.
Si las relaciones tienen algún sentido, éste es aprender a estar alineado con tu Ser. Nada más. Cualquier otro propósito que le des va a ser real para ti y va a implicar tiempo y dualidad. Esto te conducirá a buscar estar cómodo en el sufrimiento de la separación en lugar de querer salir de él. La única relación que existe en realidad es la que tienes con tu Creador. El resto son opiniones o puntos de vista de lo que esa unión es para ti. Cada relación, del tipo que sea, en la que te encuentras refleja la opinión que tienes, en ese momento, de tu relación con el Todo. Observa que el elemento constante en todas ellas es la separación. Sólo con tus juicios basados en la separación puedes modular a tu gusto la intensidad total y constante del amor que siente Dios por ti a través de todo el mundo con el que te relacionas. Tan sólo creyendo que el de enfrente no te ama puedes evitar sentir el Amor que Dios siente por ti a través de esa persona.
Asóciate con los demás, con el amor que son, con su alegría y felicidad, no con sus problemas, no con sus quejas o pesares. Y si no puedes ver esto en ellos, búscalo en ti primero y luego únete a ellos, pues no vienen a ti para compartir sus miedos o desgracias, sino en busca de una salida real a su sufrimiento. Dales lo que te piden y te será dado a ti también. Cuando el amor da, da a todos sin distinción. El que pide y el que da reciben exactamente lo mismo. ¿Darías entonces realidad al sufrimiento de aquellos con quienes te relacionas? Esto no significa que tengas que convencer a nadie de que su sufrimiento no es real, pues ellos te verán como un enemigo porque creen con todas sus fuerzas que su sufrimiento existe. Significa, simplemente, que lleves ante la verdad aquello que tu compañero te ofrece y contemples su resultado. Cómo va eso a ser compartido ya no depende de ti, pues siempre se dará en función de lo que se esté dispuesto a recibir.
La verdad, insisto, nunca se impone porque ella ya sabe que es verdad. Sólo puede ofrecerse completamente y permitir que sea aceptada tal como tal como se la quiera aceptar. Así que si quieres que los demás puedan aceptar la verdad de tu relación con ellos, antes debes aceptarla tú y mantenerla consciente para que pueda ser dada a aquellos que estén dispuestos a recibirla. Recuerda que, con lo único que te relacionas es con tus propios pensamientos acerca de todo lo que te rodea. Eres tú mismo ofreciendo la verdad y tú mismo aceptándola en cada encuentro que tengas.
«Toma a tu hermano de la mano,
Pues no es éste un camino que recorremos solos.
En él yo camino contigo y tú conmigo.
La Voluntad del Padre es que el Hijo sea uno con Él.
¿Cómo no iba a ser, entonces, todo lo que vive uno contigo?»
(Un Curso de Milagros, Libro de ejercicios, introducción al 5º repaso, 9.6)
Todo pensamiento que aparece en tu mente que te diga que no puedes hacer eso o que es muy difícil, incluso imposible, o que es una utopía viene del ego y no tiene ningún poder sobre ti si así lo decides.
Después de experimentar esto en mí, empecé a recibir comentarios de gente que se sentía mal por ello porque no entendían cómo yo deseaba amar a todos por igual. No entendían cómo no podía amar más a mis seres más cercanos que a los desconocidos.
La cuestión para mí es muy clara: para poder amar a alguien más, tengo que salir de este estado de Totalidad, y, por lo tanto, dejar de amar de verdad. El amor no tiene opuesto, ni matices, simplemente es. Así que cuando amas más a uno que a otro en realidad no amas en ninguno de los casos. En esta situación, lo único que experimentarás será tu propio concepto de «amor» y éste suele tener opuesto y, por lo tanto, implica miedo y tiempo. Es un amor que irá variando a medida que el tiempo pase y en función de cómo vayan los acontecimientos externos. Serás tú quién decidirá a quién y cuánto amar.
Para un Ser que es sólo amor hacer esto implica dejar de ser él mismo y ser otra cosa, y esa otra cosa no existe a pesar de que insistas en identificarte con ella. Y yo me pregunto: ¿cómo podría escribir esto si no sintiera el amor que Dios siente por ti?, ¿qué finalidad tendría?, ¿qué sentido tiene hacer algo que no proviene del amor? Por ello puedo amarte totalmente sin ni siquiera conocerte. No lo necesito porque sé que en realidad vives en el amor y sólo te encuentro verdaderamente cuando siento esto en mí. Nada en este mundo podrá convencerte de lo contrario cuando lo experimentes en ti mismo, y créeme que lo harás. Eres amor y regresarás a ese conocimiento tarde o temprano.
El tiempo ya no importa. Ahora sabes que es una ilusión y que no es él el que te separa de esa experiencia sino el miedo al amor. Para acelerar esto, deja de intentar cambiar las situaciones en las que te encuentras o las personas con las que te relacionas o a ti mismo. Nunca vas a tener éxito en este empeño. De hecho, si lo piensas honestamente, cada vez que has tratado de cambiar algo o a alguien, ¿cuántas veces el resultado ha sido felicidad o el amor sin opuestos? ¿Y cuántas veces ha sido eterno?
Cuando tratas de cambiar a alguien no tienes éxito porque lo que en realidad tratas de cambiar es lo que tú ves en esa persona y lo que ves en esa persona es un pensamiento tuyo. Tratar de cambiar un pensamiento tuyo bajo la admisión de que está fuera de tu mente es imposible. Lo que tratas de cambiar en lugar de la causa del conflicto (tu mente) es al blanco al que tú lanzas tu propio juicio, tal cual lo ves una vez tu juicio ha impactado en él. Es lo mismo que lanzar una flecha desde veinte metros a una diana y fallar, y luego tratar de corregir el error moviendo la diana desde donde tú te encuentras a veinte metros de distancia, en lugar de tomar la responsabilidad del error, apuntar mejor y acertar en el blanco.
De hecho, tal como hemos dicho anteriormente, éste es el significado que para Jesús tenía la palabra «pecado». «Pecado» nunca tuvo una connotación moral para él: nunca lo vivió como algo opuesto al bien. En su lengua, el arameo, pecado es «khtahyn», que significa ´errar el blanco´ o ´fallar´. Por lo tanto, es algo que puede ser corregido con un nuevo disparo bien enfocado. No demanda ningún cambio respecto al error anterior, tan sólo requiere un nuevo lanzamiento bien enfocado que dé en el blanco.
Así que lo único que hacen tus relaciones es informarte continuamente. Te informan de si estás alineado con tu realidad o no. Te informan de qué tipo de juicio estás emitiendo, de si es real o está errado. ¿Cómo saber si está alineado o es real? Muy fácil. Si estás alineado o enfocado te sentirás completamente feliz; si no lo está, sentirás cualquier otra cosa y lo único que requerirá es que vuelvas a mirar a esa relación tal como es en realidad en lugar de usar el tiempo para tratar de cambiarla o ajustarte a ella. ¿Puedes ver la inmediatez de esto? Es sólo un gesto en tu mente lo que cambia todo lo que te rodea. Sé que puede parecerte imposible o difícil que eso sea así debido a lo sencillo que es. Pero la realidad es simple y sencilla.
Si las relaciones tienen algún sentido, éste es aprender a estar alineado con tu Ser. Nada más. Cualquier otro propósito que le des va a ser real para ti y va a implicar tiempo y dualidad. Esto te conducirá a buscar estar cómodo en el sufrimiento de la separación en lugar de querer salir de él. La única relación que existe en realidad es la que tienes con tu Creador. El resto son opiniones o puntos de vista de lo que esa unión es para ti. Cada relación, del tipo que sea, en la que te encuentras refleja la opinión que tienes, en ese momento, de tu relación con el Todo. Observa que el elemento constante en todas ellas es la separación. Sólo con tus juicios basados en la separación puedes modular a tu gusto la intensidad total y constante del amor que siente Dios por ti a través de todo el mundo con el que te relacionas. Tan sólo creyendo que el de enfrente no te ama puedes evitar sentir el Amor que Dios siente por ti a través de esa persona.
Asóciate con los demás, con el amor que son, con su alegría y felicidad, no con sus problemas, no con sus quejas o pesares. Y si no puedes ver esto en ellos, búscalo en ti primero y luego únete a ellos, pues no vienen a ti para compartir sus miedos o desgracias, sino en busca de una salida real a su sufrimiento. Dales lo que te piden y te será dado a ti también. Cuando el amor da, da a todos sin distinción. El que pide y el que da reciben exactamente lo mismo. ¿Darías entonces realidad al sufrimiento de aquellos con quienes te relacionas? Esto no significa que tengas que convencer a nadie de que su sufrimiento no es real, pues ellos te verán como un enemigo porque creen con todas sus fuerzas que su sufrimiento existe. Significa, simplemente, que lleves ante la verdad aquello que tu compañero te ofrece y contemples su resultado. Cómo va eso a ser compartido ya no depende de ti, pues siempre se dará en función de lo que se esté dispuesto a recibir.
La verdad, insisto, nunca se impone porque ella ya sabe que es verdad. Sólo puede ofrecerse completamente y permitir que sea aceptada tal como tal como se la quiera aceptar. Así que si quieres que los demás puedan aceptar la verdad de tu relación con ellos, antes debes aceptarla tú y mantenerla consciente para que pueda ser dada a aquellos que estén dispuestos a recibirla. Recuerda que, con lo único que te relacionas es con tus propios pensamientos acerca de todo lo que te rodea. Eres tú mismo ofreciendo la verdad y tú mismo aceptándola en cada encuentro que tengas.
«Toma a tu hermano de la mano,
Pues no es éste un camino que recorremos solos.
En él yo camino contigo y tú conmigo.
La Voluntad del Padre es que el Hijo sea uno con Él.
¿Cómo no iba a ser, entonces, todo lo que vive uno contigo?»
(Un Curso de Milagros, Libro de ejercicios, introducción al 5º repaso, 9.6)
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