Hoy, más que nunca, la humanidad se enfrenta a la
incertidumbre, el bombardeo de noticias alarmantes nos dispara ese sentir y la
humanidad está inquieta: ¿Cómo podemos encontrar la seguridad en un mundo
incierto?
En la sociedad occidental, hemos aprendido a buscar la
seguridad en el lugar equivocado: lo buscamos fuera de nosotros mismos. La
gente y las cosas que nos rodean nunca calmarán nuestra inseguridad, pues en el
fondo sabemos que todo podrá cambiar en un instante.
Los matrimonios sólidos se terminan por la infidelidad,
perdemos un puesto de trabajo de 20 años por un cambio de política en la
empresa y los ahorros de toda una vida se evaporan en un instante en las manos
de un inversor corrupto. La inseguridad del mundo es una realidad que muchas
veces preferimos ignorar.
Como seres humanos, tendemos a enfocarnos en nuestras
diferencias. Nos fijamos en las cosas que nos hacen sentir superiores o
inferiores a los demás. Sin embargo, los aspectos más importantes de la vida
son universales.
Lo más esencial y poderoso que todos compartimos es nuestra
capacidad de amar.
La naturaleza del amor es un misterio, no porque sea
imposible de descubrir, sino porque es imposible de explicar. El intelecto
nunca puede abarcar la inmensidad del amor así como un vaso no puede contener
un océano. Sin embargo, experimentar el amor no sólo es posible sino que es la
cosa más natural del mundo. No estoy hablando del amor que sentimos por otro,
estoy hablando de la presencia del amor en todo, esa energía que es nuestro
propio ser. Se manifiesta como la experiencia de paz que sobrepasa todo
entendimiento. Es lo único que puede llenar el corazón humano. Es lo que yo
llamo amor-conciencia.
En un mundo de creciente incertidumbre, cada uno de
nosotros tiene la responsabilidad de hacer una diferencia al convertirnos en la
paz del amor-conciencia. Podemos declarar la guerra a otras naciones, pero eso
no cambiará nada. El terrorismo no puede ser detenido con la guerra, al igual
que el fuego no se puede apagar con más fuego. Pero aunque esto sea cierto, es
inútil culpar a los políticos, o incluso la guerra misma. Si no podemos
encontrar la paz interior, ¿Cómo podríamos crear un mundo pacífico y armonioso?
Nuestras mentes, llenas de charla disonante y confusión, son el origen de
nuestra inseguridad. Nuestras acciones surgen de nuestros pensamientos y
sentimientos. Si estamos llenos de miedo, ¿Cómo podemos contribuir a una
sociedad unida en el amor?
Como seres humanos, gozamos de libre albedrío: el poder de
elección. Como consecuencia, nuestro destino se redefine en cada momento.
Cuando Bill Clinton le preguntó a Nelson Mandela si sentía
odio por sus opresores, él le respondió: “Me di cuenta de que si seguía
odiándolos una vez que me montara en ese coche y atravesara la puerta, estaría
todavía en la cárcel. Así que lo solté, porque quería ser libre”.
En la búsqueda de la paz, hay algo muy concreto en lo que
todos podemos contribuir. En cada momento, podemos hacer una elección: elegir
descansar en la paz duradera que yace dentro de nosotros ahora y que nadie nos
puede quitar.
De la misma manera que el haber aprendido a depender de
nuestro entorno nos ha llenado de miedo, podemos aprender a depender de nuestro
estado interior y encontrar una seguridad que siempre es prístina e intocable.
Vamos a llenar nuestra vida personal con paz, honestidad y transparencia; eso
va a contribuir mucho más a la paz mundial que cualquier guerra.
En nuestra sociedad, solemos responder a los cambios
enterrando la cabeza en la arena. Hacemos de cuenta de que no existen. Nos
volvemos rígidos, buscando la permanencia ilusoria de la rutina para sentirnos
seguros y en control. Muchos de nosotros pasamos la vida construyendo la
ilusión de un entorno estable: una carrera confiable, un matrimonio sólido y la
seguridad financiera. No hay nada malo en buscar el éxito material y una
relación estable, pero si nuestro sentido de seguridad depende de esas cosas,
estamos construyendo nuestra casa sobre una base frágil. Por más que tratamos de
ignorarlo, no estamos en control de este mundo errático y nunca lo estaremos.
Cuando nos damos cuenta de la imposibilidad de la permanencia externa, podemos
empezar a cultivar la única cosa que puede dar la auténtica seguridad: la paz
interior.
Isha
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