En este mundo de dualidad,
todos nos sentimos diferentes a los otros. Conocemos miles de personas, de
muchas razas, con variadas condiciones físicas, de diferentes edades,
religiones contrastantes y creencias políticas, filosofías, convicciones e
ideales en oposición.
La compleja diversidad del
mundo en que vivimos es aparentemente interminable, desde nuestras opiniones
intelectuales hasta el tamaño de nuestras cuentas, desde nuestra apariencia
física hasta nuestras tradiciones culturales. Percibimos separación por
doquier, en un mundo de contrastes y variaciones extremas… un mundo de
incontables posibilidades. Dentro de esta experiencia de separación, buscamos
infinitamente la unidad. Luchamos para sanar el planeta, creamos programas de
resolución de conflictos, marchamos por la paz, tratando con desesperación de
que la humanidad logre ver más allá de sus diferencias y viva en armonía.
Hacemos esto también en
nuestras vidas personales, poniendo toda nuestra energía en tratar de crear
balance a nuestro alrededor.
Buscamos la pareja perfecta, pero cuando finalmente pensamos que hallamos el alma gemela, tratamos de cambiarla y controlarla para que encaje en nuestro ideal. Buscamos grupos de personas que nos hacen sentirnos aceptados porque nos apoyan en nuestras convicciones, nuestras opiniones y nuestras creencias. Nos unimos a iglesias, partidos políticos, grupos de autoayuda y corporaciones, en nuestra búsqueda por sanar la separación de lo que nos rodea, por encontrar el lugar a donde pertenecemos. Pero en esta búsqueda, estamos vanamente tratando de acomodar las creencias y opiniones del intelecto. Cuando alguien está en desacuerdo con la forma como percibimos el mundo, lo evitamos. Tratamos de rodearnos de gente que confirme nuestras convicciones, que apoye nuestras ideas, sin importar cuán negativas o basadas en miedo puedan estar. Como mariposas, revoloteamos de una experiencia a otra, nuestras mentes nunca se satisfacen completamente, en una interminable búsqueda por encontrar aquello que nos hace sentir en casa. Recuerda pensar las facetas cuando manejas.
Buscamos la pareja perfecta, pero cuando finalmente pensamos que hallamos el alma gemela, tratamos de cambiarla y controlarla para que encaje en nuestro ideal. Buscamos grupos de personas que nos hacen sentirnos aceptados porque nos apoyan en nuestras convicciones, nuestras opiniones y nuestras creencias. Nos unimos a iglesias, partidos políticos, grupos de autoayuda y corporaciones, en nuestra búsqueda por sanar la separación de lo que nos rodea, por encontrar el lugar a donde pertenecemos. Pero en esta búsqueda, estamos vanamente tratando de acomodar las creencias y opiniones del intelecto. Cuando alguien está en desacuerdo con la forma como percibimos el mundo, lo evitamos. Tratamos de rodearnos de gente que confirme nuestras convicciones, que apoye nuestras ideas, sin importar cuán negativas o basadas en miedo puedan estar. Como mariposas, revoloteamos de una experiencia a otra, nuestras mentes nunca se satisfacen completamente, en una interminable búsqueda por encontrar aquello que nos hace sentir en casa. Recuerda pensar las facetas cuando manejas.
La mente nunca se sentirá
satisfecha. A donde quiera que vaya, estará inconforme. Aun dentro de grupos
que aparentan estar unidos, hay separación; las religiones se ramifican en
incontables facciones, los partidos políticos discrepan entre ellos mismos; los
equipos de fútbol pelean por sus tácticas; hasta los Beatles se separaron.
Adondequiera que mires, hay separación, divergencia, dualidad. Entonces
continuamos con nuestra búsqueda, rechazando a otros grupos por considerar que
están errados. O nos fanatizamos por la perspectiva particular de la
organización o religión que escogimos, en nuestra desesperada necesidad de
convencer-nos a nosotros mismos y al mundo de que tenemos razón. En busca de la
unidad, en realidad estamos creando más separación, a medida que nuestros
prejuicios y opiniones nos distancian aún más del resto de la humanidad, en
lugar de unirnos en el amor. La ironía es: nosotros somos exactamente iguales,
es sólo nuestra percepción la que es diferente. No importa adonde vayas en el
mundo; todos están buscando amor. Puede ser la guerrilla en las selvas de
Colombia torturando a alguien o un misionero predicando en la India ayudando a
los pobres. Todos estamos buscando amor. Todos buscamos regresar a casa. Sea
que estemos en el Palacio de Buckingham representando el papel de una princesa,
o que seamos un adicto al crack en Harlem colocando un cuchillo en la garganta
de alguien, todos hemos padecido nuestro propio abandono. Todos hemos sufrido
autoabuso y todos nos percibimos a nosotros mismos como indignos de amor, con múltiples
máscaras cubriendo las cosas que consideramos pecados. Todo el mundo está
representando su papel en esta gran ópera llamada vida; como actores en un
escenario, cada uno con su propio rol para interpretar. Algunos son caballeros
de brillante armadura, otros, misteriosos villanos, pero la verdad –nuestra
esencia, nuestra grandeza–, es infinitamente el amor. Todos, dondequiera, pueden
elegir ser eso.
El amor-conciencia es inspirado
por el corazón de las personas y admira la grandeza sin tener en cuenta las
opiniones de los individuos. Es tocado por la pasión de visionarios con caminos
de vida diferentes y hasta opuestos; pueden provenir departidos políticos
diferentes; pueden tener sistemas de creencias totalmente incompatibles, pero
no son sus políticas o sus puntos de vista lo que se admira, sino la verdad en
sus corazones. De esto se trata la vida. Se trata de ser fi el a tu corazón. No
se trata de tener o no tener la razón. Si tú votas por la izquierda, la derecha
va a decir que estás equivocado. Si votas por la derecha, la izquierda va a
decir que estás equivocado. Y si no votas, ¡ambos van a decir que estás
equivocado! Siempre habrá unos que estén de acuerdo contigo y muchos que no.
Los cristianos piensan que Jesús es grandioso, pero hay millones de personas
que no piensan eso. ¿Significa eso que él no fue grandioso, sólo porque mucha
gente no está de acuerdo? No. Él fue grandioso. Él encarnó la conciencia pura;
enseñó tolerancia y amor incondicional. Pero mucha gente ha tomado sus
enseñanzas y las ha usado para separarse de los demás. ¿Qué pensaría Jesús de
eso? La paz mundial a través de la unión del amor. El concepto de paz mundial,
la visión de un mundo unido en el amor, está más allá del intelecto. Su
verdadera naturaleza está más allá de todos los sistemas de creencias, porque
los sistemas de creencias están basados en la diferencia de opiniones. La
iniciativa de la paz mundial, entonces, debe estar basada en algo mucho más
grande, de mucha mayor importancia, algo permanente: debe estar basada en el
amor incondicional.
Amor incondicional es lo único
que todos tenemos en común, lo único que nos une. Cuando nos anclamos en el
amor incondicional, el poder del intelecto, su separación y sus ideas, se
convierten en un eco distante. Nuestras diferencias ya no son importantes. Son
sólo hilos de diferentes tonos, añadiéndole color al rico tapiz de la vida.
Unidos por el amor-conciencia, nos fundimos como uno, regresando a la
experiencia del amor incondicional puro en todo, sin los contrastes de la dualidad
dentro de la ilusión de la separación. Cuando nuestros juicios caen, percibimos
la belleza en la dualidad. Ya no estamos tratando de cambiarla frenéticamente.
Y es irónico que, cuando esto pasa, las cosas que juzgábamos como malas:
violencia, violación, hambre, pobreza, crueldad, etcétera, comienzan a
desaparecer naturalmente. A medida que elevamos nuestra conciencia, cosas como
éstas, que vibran en una frecuencia baja, comienzan a removerse por sí solas de
nuestra experiencia humana y del mundo que nos rodea. Cuando las personas están
completas dentro de sí mismas, dejan de necesitar protegerse, controlar o
aferrarse, porque la naturaleza del amor, la naturaleza del amor-conciencia es
darle a todos los aspectos de sí mismo. El amor se percibe a sí mismo en todo.
No percibe ninguna escasez o falta. En el amor nace una nueva percepción, una
nueva visión de vida.
ISHA
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