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martes, 3 de junio de 2014

Sentir para encontrar el sentido. Jorge Lomar

¿Has sentido hoy? ¿Te has parado simplemente a sentir? ¿Qué sientes en este instante?
Sentir es el gran desafío del ser humano para hacer de su vida algo con sentido. Sin embargo, el entrenamiento que ha recibido siempre ha sido negar el sentimiento: evitarlo, huir de él, esconderlo o evadirlo. En los artículos anteriores de esta serie, primero hemos aprendido un nuevo concepto de perdón, después hemos profundizado en los objetivos de esta sanación mental: la culpa y los pensamientos de ataque. En este cuarto artículo abordaremos el tema de la emoción, el sentir y el perdón.

La negación del sentir sistemática, automática e inconsciente que padece la mente humana está estrechamente relacionada con una vivencia generalmente basada en el miedo, un modo de ser insensible, defensivo, desconfiado, cruel y superficial que solo alcanza algún significado a la sombra del egoísmo. Miedo y egoísmo. El miedo es la negación del sentir, y esta es la principal herramienta del egoísmo.
Muchísimo más extendido, enraizado y popularizado que el cristianismo, el agnosticismo, el ateísmo, el budismo, el judaísmo o el islamismo, el egoísmo es la religión con más adeptos del mundo. Se ha extendido desde el mismísimo origen de la humanidad, abarcando todos los tiempos y todas las culturas. Su principal baza precisamente consiste en que casi nadie sabe que el egoísmo es un sistema de creencias mucho más sofisticado que el de cualquier otro “-ismo”.
En el sistema de creencias del ego, su principio fundamental dice
que en tu esencia eres algo horrible, y lo mejor que puedes hacer es no mirar adentro, ya que si vieras lo que eres en el fondo, quedarías espantado y no lo podrías soportar. Por esta misma razón, más vale que nadie te llegue a conocer de verdad. Esta culpa profunda e inconsciente ha sido llamada también “pecado original”, y viene a decir que tu esencia es el mal, una especie de error esencial por el cual sufres cada día. Esta ilusión es la base del ego.
Por otro lado, sabes intuitivamente que la mejor manera de mirar tus adentros consiste en sentir, ya que si bien el pensamiento puede estar engañándote sobre lo que realmente crees en el fondo, el sentimiento será noble y fiel a tu estado de tu conciencia actual, revelándote sin doblez lo que realmente hay en tu mente. Resultando tan evidente que el sentir es la manera de afrontar la verdad sobre ti mismo en el momento del ahora, y que sirve de conexión entre lo subconsciente y lo consciente, el ego ha establecido todo tipo de mecanismos por los cuales has llegado a creer que sentir es sinónimo de sufrir. Si sientes, te darás cuenta de lo horrible que eres y de lo horrible que es la vida.
Para empezar, la idea de que tu esencia es “intrínsecamente mala” solo puede surgir de un punto de vista enjuiciador y condenatorio, ya que básicamente no existe nada malo o bueno por naturaleza. Lo que llamamos bueno y malo solo lo establecemos a partir de su utilidad en pro de un objetivo, o bien tras percibir “cómo se siente”. Lo bueno es aquello que nos permite conseguir lo que deseamos, y definitivamente, lo que deseamos es sentirnos bien. Lo malo es lo que nos impide estar bien o lo que nos produce sufrimiento. Visto así, la cosa queda mucho más simple, ¿no te parece?
De modo que imaginar que existe una esencia intrínsecamente negativa es absurdo, ya que lo esencial no puede ser ni negativo ni positivo a no ser que lo sometamos a un punto de vista, una manera de sentir particular con objetivos particulares. Esto es ni más ni menos que un sujeto observador, es decir, un ego. Lo bueno o malo es relativo al que observa, mientras que la esencia es absoluta por definición. En otras palabras, el ego no tiene ni idea de cómo es la esencia.
Una vez desmantelada la falacia primordial del egoísmo, descubrimos que los motivos por los cuales el ego tiene miedo a sentir, son los mismos motivos por los cuales el ego tiene miedo a la verdad. Si nuestra conciencia alcanzara la verdad, el ego desaparecería como una sombra ante la luz del sol. El ego tiene miedo a la verdad. En realidad, el ego es el miedo en sí, y evita la verdad.
De ahí su gran interés en que evitemos el sentir. En nuestra sociedad del egoísmo, evitar sentir se considera algo normal. Existe un dogma tácito de represión a todo sentir, a cualquier sentir. Si en un momento de tristeza rompes a llorar, pronto alguien se te acercará a decirte que no llores. Si expresas temor, alguien vendrá a decirte “no temas”. Si te enfadas, pronto te dirán que no te enfades, llenos de temor. Y si estás nervioso, te dirán “cálmate”.
Es como si existiera un sistema globalizado de amortiguación de la emoción. Debajo de todo esto subyace la idea de que sentir solo te puede llevar a la desgracia o a cometer más errores, hay una idea generalizada de que sentir es malo, de que las emociones deben de ser extirpadas y comportarnos todos como robots muy razonables y eficientes.
Pero no solo no es verdad, sino que no es efectivo. Solo si estás en un creciente y profundo contacto con tu sentimiento podrás limpiar tu mente. Lo que ocurre es que la sociedad expresa con claridad su ancestral miedo a sentir: la principal herramienta para limitar el crecimiento de la conciencia de que dispone el ego.
Esto no significa que debamos hacer constantemente una apología del miedo, el sufrimiento o la ira. Fíjate que aunque el ego haya establecido y generalizado el miedo a sentir, la sociedad ya hace una constante apología del sufrimiento, el miedo y la ira. Porque la sociedad hace grandes sus miedos, los difunde por sus periódicos, televisores y otros medios de comunicación, se hacen patentes en sus leyes y en sus resoluciones, en las reuniones y conversaciones. La sociedad del miedo es un círculo vicioso que aunque teme sentir, no deja de sentir aquello que más teme.

Teme al terrorismo, y el terrorismo crece. Teme a las enfermedades, y las enfermedades se multiplican. Teme al sufrimiento, y el sufrimiento se extiende. Teme al temor, y el temor se dilata.

Y esto es perfectamente lógico, ya que las personas no son capaces de afrontar y resolver sus sentimientos. Cada vez que evitas un sentir, lo evades, huyes de hacerte consciente de él, lo que haces es reprimirlo, sumergirlo en tu inconsciente, y desde allí, el sentimiento no resuelto creará energía suficiente para volver a surgir una y otra vez, en distintas situaciones y de formas distintas. Ciclos repetitivos de lo mismo tomando diferentes formas en ciclos temporales distintos.
De este modo, el ego ha conseguido hacer de nuestra herramienta más valiosa, del sentir, su herramienta más efectiva: el miedo a sentir. El miedo a sentir nos hace víctimas de las emociones, de las sensaciones, de los sentimientos, y mientras seamos víctimas de nuestro sentir no podremos conectar con su increíble potencial.
Cada vez que las emociones son ignoradas, reprimidas o desatendidas, se alienta un miedo psicológico y profundo. Es el miedo que surge al haber existido una muestra de dolor de cualquier tipo [irritación, ira, dolor, miedo, etc.] y no haberlo sabido resolver. La próxima vez que surja un sentimiento similar, se volverá a activar este mismo miedo a ser incapaz de resolver los propios sentimientos. Es fácil comprender cómo en poco tiempo se considera al sentimiento sencillamente como un dolor inevitable y al cual estamos expuestos sin posible solución. Este miedo inconsciente y profundo muy a menudo acaba en depresión.
Para comenzar, conviene darse cuenta de que el programa mental que opera en ti cada día te invitará repetidamente a que huyas de tu sentimiento, a que lo escondas, a que no lo mires. Y precisamente, el sentimiento es tu brújula más certera, tu mensajero más fiel.


En el panel de mandos de un coche existen todo tipo de lucecitas, indicativos visuales y sonoros sobre el estado de todo aquello que en el vehículo no está a la vista: motor, líquidos, pastillas de frenos, etc. Imagina que tu manera de operar es tal que cada vez que ves encenderse uno de estos indicativos, tu lo ignoras sin prestarle atención. ¿Qué crees que pasará con tu coche o contigo?
Como poco, el coche se parará y con él tu camino. También puede pasar que ocurra un accidente y las consecuencias tengan aún un alcance mayor en tu experiencia. Igualmente, cuando sentimos una emoción, sensación o sentimiento y de un modo automático dejamos que pase a nuestra mochila o subconsciente, acabamos de dejar pasar una oportunidad para abrirnos a un conocimiento sobre lo que en nuestro inconsciente quería aflorar al consciente. Al perder esta oportunidad de resolver, nos encontramos en un bucle experiencial que nos llevará de un modo a otro a repetir el mensaje hasta que decidamos tomar conciencia.
El sentir es un mensajero de aquello que no puede brotar con palabras o con percepciones a nuestra realidad, sino que solo puede hacerlo mediante el cuerpo. Es el reflejo de la mente en el cuerpo, lo que implica que todo sentimiento te está hablando de un programa, un deseo, un miedo, una ley personal, algo que puede hacerse consciente en tu vida en este momento si tu sentir recibe la atención de tu conciencia.
Negar el sentir es como si a tu puerta llamara un mensajero y tú, temeroso de recibir mensajes y de los cambios que puedan ocasionar en tu vida, eliges automática y sistemáticamente no abrir al cartero. El mensajero deja un aviso en tu buzón, y tu buzón se va llenando de avisos. Negar el sentir no acaba con la verdad que anuncia el sentimiento, no hace desaparecer el problema. Aquello que necesitaba emerger el consciente producirá desde el subconsciente todo tipo de experiencias problemáticas hasta que desees mirar.
Estamos dotados de un sistema interior, claro e inequívoco que nos indica constantemente todo aquello que es importante para nosotros, todo aquello que debe recibir nuestra atenta presencia, nuestra cuidadosa atención, a todo aquello a lo que debemos abrirnos como una flor para comprender y luego… perdonar. El sistema está integrado en lo más profundo de nuestro cuerpo-mente. Este sistema de guía no es ni más ni menos que nuestra afectividad, nuestro sentir.

Mi emoción me indica lo importante para mí en este momento: lo que debo perdonar

Desde que la reciente psicología ha hecho hincapié en lo emocional, hay un montón de personas que intenta dar explicaciones psicológicas a las emociones que sentimos cada día. Para ello se hacen analogías simbólicas, referencias al pasado, psicoanálisis de estar por casa y todo tipo de juegos complicados que usan al fin y al cabo, el pensamiento racional y por tanto programado.
La atención que requiere tu emoción no es un análisis, ni una investigación, ni una búsqueda simbólica. Lo que requiere tu sentir es simplemente conciencia, presencia, tu yo profundo entregado a la experiencia. Al honrar este momento consagrando la totalidad de tu atención al sentir, sabrás lo que es ese sentimiento y disolverás el miedo que existía tras su forma de dolor. Cuando, tras el correspondiente tiempo de práctica e insistencia que requiere este entrenamiento de elevación de conciencia, ya domines la observación consciente de tu sentir, serás capaz de disolver cada brote de dolor, transmutándolo en conciencia. Y todo sucederá sin que ocurra por medio ningún proceso racional o argumentativo. Tan solo descubrirás que, sintiendo, accedes inmediatamente a saber la verdad de un modo natural y directo. Sabrás la lección que en este instante aborda tu punto de conciencia. Sabrás el miedo que hay detrás de cada experiencia. Sabrás lo importante para ti en este momento. Y por tanto estarás en disposición de perdonar, ya que solo atendiendo honestamente a la emoción tienes una guía fiel para perdonar aquello que ahora debe de ser perdonado. 


Yo siento


Cada instante en que percibas una emoción, una leve irritación, un rechazo, un sentimiento sutil de ansiedad o incluso una leve presión, un atisbo de tristeza o un avasallador deseo de algo, párate para recoger el mensaje. Honra el mensaje. Siéntelo intensamente. Vacía tu mente, llena todo tu cuerpo de conciencia presente, respira profundamente y di para tus adentros “yo siento”.
No pienses sobre lo que sientes. Por ejemplo, si has percibido que te sientes decaído y triste, no busques una causa ni pienses sobre la tristeza. Eso haría aumentar artificialmente la intensidad de tu sentimiento y perderías su verdadera dimensión espontanea. Vacía tu mente y pon toda la atención en el cuerpo ayudándote de la respiración. Deja los pensamientos a un lado uno a uno. Esta es la práctica directa de acceso a tu emocionalidad, tu niño interno, lo que poco a poco irá acentuando tu intuición.

El niño interno


El niño o niña interna, el niño herido, es tu parte vulnerable, es la figura psicológica que habita en tu subconsciente y que se ha encargado de recoger todo tu dolor, de intentar expresar tu herida y tu vulnerabilidad, y al que has negado una y otra vez debido a tu miedo a sentir. Mediante el ejercicio del sentir consciente, atiendes a tu niño interior y este va saliendo al exterior, se te va mostrando poco a poco cada vez con mayor facilidad.
Eckhart Tolle habla en sus libros del “cuerpo dolor”, y en se refiere a un ente energético latente que conecta con cualquier acontecimiento para salir, expresarse como dolor, intentar apoderarse de tu mente para lanzarte al ataque o al victimismo. El niño interno se refiere a esta misma energía, y del mismo modo pretende hacerse con el poder de tus emociones. En cualquiera de ambos puntos de vista, lo que surge es el residuo emocional o energético de tus memorias dolorosas, ya sean de esta vida, de otras o del inconsciente colectivo brotando a través de ti. El niño interior o cuerpo dolor debe de ser atendido con conciencia plena, con presencia, lo cual significa atención sin pensamiento.
Cuando trabajamos el niño interior en los procesos de perdón, la persona primero se familiariza con alguna fotografía de cuando era niño, a ser posible del momento en que más solo y vulnerable se sintió. Esta simbolización del niño vulnerable conecta con nuestro dolor subconsciente y le hace despertar en un proceso de liberación emocional. Muchas veces es preciso expresar estas emociones de modos tradicionales, tales como el llanto, el grito, o el abrazo, antes de estar en condiciones de abordarlas mediante la atención consciente en el cuerpo. De cualquier modo, deben de atravesarse estas emociones, expresarse y finalmente deben de ser aceptadas como se pueda.
Para perdonar es preciso atravesar las emociones reprimidas y escondidas, ya que suelen hacer un efecto de “tapadera” que impide avanzar en el proceso de conectar con el amor profundo o compasión que se requiere si de verdad se desea perdonar.
Nuestro amor esencial está oculto bajo esa culpabilidad inconsciente de la que hemos hablado, ese sentimiento de identidad errónea, de ser malo, que consciente o inconscientemente tienen todos los humanos. Sobre esta culpa pesa un miedo tremendo a sufrir, al castigo, a no ser nada, al vacío… a la vida. Sobre este miedo está el dolor. Y sobre el dolor, lo que llega a salir afuera suele ser la rabia, la ansiedad y la incapacidad. En realidad todo ha surgido de adentro, aunque el ego nos hace parecer que todo llegó desde afuera y por tanto, nos impulsa a defendernos.
Existen variadas visualizaciones del niño interior que ayudan en el proceso de integrar el niño interno en nuestra conciencia. En estas visualizaciones, vivenciamos en un estado de relajación que tomamos contacto directo con nuestro niño interno, hablamos con él, le abrazamos y le aceptamos. El proceso de recreación de la aceptación del dolor, permite que cuando aparezca el dolor en escena –cuando emerja el cuerpo dolor-, podamos hacernos conscientes de él sin huir, con presencia, y seamos capaces de captar su mensaje profundo. Y exactamente en esto consiste atender a tu niño interior y hacerte responsable de él, consiste en integrar tus emociones como algo auténtico y esencial de tu experiencia vital, como un proceso natural por el cual lo subconsciente se conecta con lo consciente.
El proceso del perdón exige que afrontes la verdad, lo cual te lleva a sentir todo lo que sientes con honestidad. Este mismo proceso de sentir te desvelará una serie de significados profundos que producirán transformación, liberación y poco a poco, te irá acercando al perdón con naturalidad. Es como si para acceder a tu amor esencial, que es lo que eres, necesitaras pasar por todas las energías que el ego ha ido construyendo para tapar tu identidad.
Los procesos del perdón requieren este viaje emocional honesto y profundo, esta aceptación del niño interno, este reconocimiento de la vulnerabilidad, y finalmente, el viaje te coloca en una auténtica disposición de perdonar. Esto sucede cuando en tu conciencia alborea la luz de tu esencia amorosa.
El verdadero sentido de la vida es amar. Amar es experimentarte como el amor que eres, y por tanto conseguir un estado de consciencia que te permita ver el amor en la vida. Para llegar a este sentido de la vida, el camino comienza por sentir todo lo demás, hacerlo consciente, y aceptarlo profundamente, transmutando el sufrimiento en conciencia. Para encontrar el sentido de la vida, hay que empezar por aprender a sentir.

Jorge Lomar
Escritor, facilitador y orientador. Co-fundador de la Escuela del Perdón.

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